Hoy quería escribir para desearos (aunque un poco tarde) un
feliz año 2016 cargado de buena música, pero amanezco con la sombra de la
muerte de uno de los grandes. Si hace dos años Bowie merecía un puesto
destacado en este blog por su reaparición y ahora estaba esperando impaciente
que su nuevo disco “Blackstar” llegara a mis manos, hoy tengo que lamentar su triste
desaparición.
Bowie siempre será un artista irremplazable, y aunque
algunos no nos hayamos acercado lo suficiente a su obra, ésta merece un lugar
muy destacado por los muchos momentos únicos que nos ha prestado. Recuerdo
cuando en el instituto escuché por primera vez de forma consciente a David
Bowie. Desde “Heroes” a “Space Oddity” pasando por su incursión en la
electrónica de los ’90 e incluso por aquella versión que nos atrevimos a hacer
entre un grupo de amigos de su “Ziggy Stardust”. Había algo en Bowie que
llamaba enormemente la atención y que le hacía un artista único (no diremos
aquello de camaleónico), emocionante, inquietante, arriesgado, incomprendido a
veces y, ante todo, auténtico (por algo la canción que siempre me ha llamado
más la atención de Queen es “Under Pressure”).
Hoy habrá más fans que nunca de Bowie y asistiremos a su
mitificación, pero esta vez es más que merecida su mención y realmente doloroso su adiós. La música se despide de otro de sus pilares. Esperemos que los
cimientos soporten su vacío.
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