Hacía mucho que no hablaba de cine. Y no es porque no
intente estar al día (aunque no pueda ir todo lo que me gustaría a las salas de
mi ciudad) sino porque de un tiempo a esta parte no he visto algo que me llame
la atención por ser diferente, exigente o digno de una mención especial. Pero
esto ha cambiado tras ver “True Detective”. Sí, lo sé, es una serie, y sí, la
he visto después de dos años desde su estreno, pero algunos ya sabéis que no me
gustan las series (principalmente porque me da pereza seguir una trama que se
alarga en temporadas interminables) y que por eso prefiero disfrutar de una
película y no suelo dar muchas oportunidades a las ficciones televisivas. Esta
premisa es la que me ha llevado a esperar tanto para ver la primera temporada
de “True Detective”, pero la insistencia para dejarme seducir por algo bastante
“diferente” a lo acostumbrado a ver en televisión o las críticas que la
elogiaban, me llevaron a decidirme definitivamente. Y reconozco que si terminé
dándole una oportunidad fue porque era una serie cerrada de ocho capítulos,
vamos, como una película muy larga. ¡¡Bendita la hora!!
Efectivamente ha terminado dejándome el efecto de una
película hecha con todo detalle y cuidada con mimo. Por eso hablo de “True
Detective” como si hablara de cine. Porque creo que esta serie es como una
buena película que (casi) se puede ver del tirón. Con momentos magistrales y,
lo mejor de todo, con unos personajes protagonistas que se quedan grabados para
siempre. Llenos de matices y profundidad. Además, el guión es digno del mejor
cine de investigación policial y asesinos en serie. Comparable a películas de
la talla de “El Silencio de los Corderos”, “Seven” o “Zodiac”. Precisamente ese
estilo que recuerda tanto a David Fincher es lo que más me ha gustado. El ritmo
pausado, los pasajes asfixiantes, los escenarios decadentes... La serie nos
resulta familiar por la manera en que está tratada y nos recuerda a ese cine
que se centra en historias difíciles de digerir pero prestando no tanta
atención al morbo sino a sus personajes, obsesionados por un caso que definirá
su vida y les hará llegar al extremo.
Mucha gente ha hablado de la música de la serie. Cierto es
que T-Bone Burnett acierta con la elección de los temas que suenan en la misma
e incluso con su cabecera, pero no es algo que destaque por encima de su
montaje inteligente (combinando a la perfección el paralelismo del caso de 2012
con el pasado de 1995 a 2002) o su fotografía de tonos fríos en una cruda
Louisiana, que se adapta perfectamente a la intencionada profundización en las
personalidades de sus protagonistas.
“True Detective” tiene el gran acierto de ser una serie que
se centra más en sus personajes principales que en el desarrollo de un caso que
puede sonar repetido a lo visto anteriormente en este tipo de historias de
investigaciones de “serial killers”. Y esa es su gran baza, la que la hará
perdurar. Porque en el fondo lo que recordamos de películas como “Seven” no son
los asesinatos en sí mismos, sino los personajes de Morgan Freeman o Brad Pitt,
y como ocurre aquí, los papeles de Matthew McConaughey y Woody Harrelson son de los que permanecen, además de que especialmente en el caso de McConaughey está
tocado con la varita mágica.
Una serie con un look de película clásica
y con grandes momentos cargados de la mejor realización posible: planos
secuencia magistrales, grandes diálogos asentados en unas personalidades
únicas, momentos de tensión física y sexual perfectamente resueltos, un
trasfondo corrupto que sobrevuela en toda la trama que hace avergonzarse del
género humano... “True Detective” es una ficción que transmite más con su estilo que con sus
palabras y que difícilmente podremos olvidar. Un clásico.