miércoles, 25 de octubre de 2017

Everything Now

Este verano el grupo canadiense Arcade Fire publicaba su esperado quinto álbum bajo el nombre de "Everything Now". Una amalgama de estilos que muestra de nuevo la inquietud de este grupo que nunca se conforma y siempre exige lo máximo a sus seguidores. El resultado, aunque algo irregular, no deja de ser interesante, y eso que el disco tiene bastantes momentos fácilmente olvidables. Esta es la reseña sobre este trabajo que hace unas semanas escribí para "El Giradiscos".


No pretendo poner en tela de juicio la carrera de Arcade Fire. De hecho podría decir sin pudor que es el mejor grupo surgido en la primera década del siglo XXI. Tan sólo creo que habría que puntualizar que su último disco “Everything Now” no llega a la altura de sus predecesores. Y con esto no quiero decir que sea un mal disco (ya querrían muchos grupos para sí una colección de canciones como ésta), pero sí es tal vez el menos cohesionado de todos los que han publicado desde aquella obra que revolucionó el rock de masas en 2004 como era “Funeral”. Hay que tener en cuenta también que Arcade Fire venían de publicar su fantástico disco doble “Reflektor” al que no le sobraba nada, y que habiendo dejado tan arriba el listón iba a ser complicado estar a la altura. Por ello este “Everything Now” no deja de ser valiente e intenta dar pequeños golpes de timón exigiendo atención y apertura de miras, pero por el camino el combo liderado por Win Butler y Règine Chassagne ha perdido parte de su magia y algunas canciones del disco podrían haber encontrado un sitio mejor en una colección de rarezas. Independientemente de todo esto el quinto disco de los canadienses contiene piezas nada despreciables, como la que da título al mismo, que además ha sido su carta de presentación desde que dieran la campanada con su concierto sorpresa (antes de hacerlo como cabezas de cartel) en el Primavera Sound a comienzos de este verano.

Como ocurría con “The Suburbs”, “Everything Now” comienza y termina en bucle con una intro y un reprise derivados del tema principal del álbum, una manera directa de dar valor al conjunto de canciones como un todo y poner por delante el concepto más amplio de disco por encima de una simple colección de canciones sin nexo entre ellas. Una vez más, la entidad del álbum como obra global queda clara, cuidando con mimo desde el sonido, que esta vez busca un hilo conductor en la música disco de los setenta, hasta el arte del libreto (sin lugar a dudas merece la pena pagar por ediciones como ésta).


Pero en lo que flaquea “Everything Now” es en que sus canciones no ofrecen la solidez de otras entregas. Si el protagonismo de la música disco se intuía en su single inicial y se corrobora en la siguiente pieza, la excelente “Sings Of Life”, en pocos minutos esta sonoridad se pierde por otros derroteros más fallidos como ocurre en “Creature Comfort”, que comienza con unos sintetizadores bien armados, pero pierde fuelle en cuanto prima la repetición y se convierte en un tema más plomizo. La insulsa “Peter Pan”, los ecos reggae de “Chemistry” que  mutan hacia el semi-punk y el sonido garage rock de “Infinite Content”, que sólo mejora levemente cuando en su segunda parte se transforma en un pseudo country repetitivo, convierten este tramo del disco en una colección inconexa donde todo vale y con un predominio del horror vacui que no trasmite, poco digna para el nivel al que nos tienen acostumbrados los canadienses.

“Electric Blue” otorga el protagonismo a “Règine Chassagne, pero queda lejos de la épica de otras canciones interpretadas por ella y también puede llegar a cansar al oyente. “Gold God Dawn”, sin ser un corte aparentemente llamativo, mejora con mucho el listón de los temas predecesores para conducirnos hacia una recta final mucho mejor construida gracias a la intensidad creciente de “Put your money on me”, que nos devuelve a la grandilocuencia de estadio que tan bien maneja el grupo, pero sin llegar a las cotas de “No Cars Go”, “Ready to Start” o “Wake Up”. El dramatismo llega antes de terminar de la mano de “We don’t deserve love”, una canción que fusiona la emotividad con efectos que retornan al sonido disco de los primeros temas pero con tintes más contenidos.


Este “Everything Now” no es un disco largo y si advertimos además que la mitad de los temas que lo componen hubieran podido ser descartados en anteriores entregas, podría decirse que a Win Butler y los suyos se les están agotando las grandes ideas. Tal vez es algo más sencillo y únicamente están pasando por un bache creativo que no les permite ofrecer una colección de temas de mayor nivel ni reuniéndose con productores de prestigio como Markus Dravs, Thomas Bangalter o Steve Mackey, pero debido a la presión del mercado (hacía 4 años del lanzamiento de “Reflektor”) quizá han tenido que darse prisa para rematar el disco y les ha llevado a este irregular resultado. Aún con todo estoy seguro de que Arcade Fire seguirán cosechando grandes éxitos y reconocimiento gracias sobretodo a sus directos (obligado detenerse en su fantástico concierto en Londres recogido en la caja “The Reflektor Tapes”) y como no a algunas canciones nada desdeñables como las ya citadas “Everything Now”, “Sings Of Life”, “Put your money on me” o “We don’t deserve love”. El resto puede obviarse si queremos conservar el respeto hacia el combo canadiense sin que pierdan credibilidad, y eso que a pesar de la irregularidad que respira el conjunto, éste consigue engancharte en sus redes haciéndote que vuelvas a él una y otra vez. Ahí está su misterio.

“I Need It. I Want It. I Can’t Live Without”. Las palabras que resuenan como emblema del disco podrían funcionar como un mantra que reivindica aquello que Arcade Fire no quieren perder. Eso sin lo que no pueden vivir, que necesitan de verdad. Esa inspiración que no les puede fallar. Y es que no siempre se puede tener “Todo Ahora”.




jueves, 19 de octubre de 2017

La misa pagana de Joaquín Sabina

La semana pasada Joaquín Sabina despedía el tramo español de su gira "Lo Niego Todo" antes de embarcarse hacia las Américas, y lo hacía en Zaragoza, en plenas fiestas del Pilar. Previamente publicado en "El Giradiscos", os dejo plasmado también aquí lo vivido en una de las dos noches que el maestro recaló en la capital maña.


Joaquín Sabina apuesta sobre seguro con su más reciente gira “Lo Niego Todo”. Esa fue la sensación principal que pudimos constatar todos los que estuvimos presentes en su concierto en la capital del cierzo el pasado miércoles 11 de octubre. Con todas las entradas vendidas desde hacía meses y con una segunda fecha casi completa también para el día 12, el de Úbeda llegaba a Zaragoza con la seguridad del que sabe que poco puede fallar en un espectáculo tan bien medido. “Lo Niego Todo” es su disco más acertado de entre todos los que ha publicado en los últimos quince años. Sabina es consciente del buen material que presenta y también de la base sólida de sus otras grandes canciones que coparán la mayor parte del concierto. Además tiene asegurado el respeto porque todos los congregados en el Príncipe Felipe estaban seguros de vivir un día de celebración. Numerosos bombines dispersos en los alrededores del recinto, camisetas con frases de sus canciones y muchas ganas de volver a dejarse la piel con sus clásicos, seguros de que no faltarán.

Había leído bastante sobre esta gira, que sin duda es una de las más importantes en este 2017, no solo en territorio español sino también al otro lado del charco, y la verdad es que ya sabía por dónde iban a ir los tiros, pero igualmente estaba impaciente por volver a ver al maestro. Sabía que sería difícil que pudiese sorprenderme en la concepción del espectáculo y el repertorio elegido, ya que son casi veinticinco años siguiéndolo en todas las giras que ha realizado. Pero a pesar de ello consiguió hacerlo en un par de momentos clave, donde la emoción estuvo muy por encima del espectáculo sobradamente calculado que presenta.


No hace falta decir que el montaje del escenario va un paso más allá de lo que hizo con su gira “500 Noches para una Crisis”. Sus cuadros siguen presidiendo en muchas canciones el telón de fondo de la escena, pero esta vez juega con cinco imponentes pantallas que están totalmente al servicio de las canciones dándoles un matiz más distinguido a las mismas. Recortes de prensa, imágenes nocturnas y fantásticas acuarelas se mezclan con los primeros planos de los protagonistas del concierto y por momentos parece que olvidemos que tenemos delante unas pantallas gigantes al más puro estilo de los Rolling Stones.

De la banda tampoco creo que haya mucho que aclarar. A sus fieles Pancho Varona, Antonio García de Diego, Jaime Asúa, Pedro Barceló, Josemi Sagaste y Mara Barros (casi todos ellos con algún momento de lucimiento personal digno de mención) se ha sumado la argentina Laura Gómez Palma, una habitual de la escena rock en nuestro idioma que con sus cuatro cuerdas dirige a la perfección el barco (siempre apoyada en las baquetas de Pedro Barceló) y libera de este instrumento a Pancho Varona que de esta manera puede lucirse más con las guitarras acústicas y eléctricas.


Decía antes que a pesar de lo medido que puede estar este concierto hubo algunos momentos que se salieron de mi guión imaginado, y esos fueron sin ninguna duda los mejores. El primero de ellos iba a llegar con la canción que abrió la velada. Tras una intro al ritmo de “Y nos dieron las diez”, Joaquín Sabina se arrancó con “Cuando era más Joven”, una auténtica delicia que dejó a todos descolocados, ya que no la habíamos escuchado en directo desde hacía mucho tiempo. Si tenía al público ganado antes de empezar, con esta canción y las palabras de presentación que vinieron a continuación se nos metió definitivamente en el bolsillo: “Hasta a los ateos nos gusta decir ¡¡Viva la Virgen del Pilar!!”. La ovación mayúscula que siguió a estas palabras creció aún más cuando tuvo una mención para nuestro querido José Antonio Labordeta o para su mujer, presente en el concierto, a la que llamó “la viuda más guapa del mundo” antes de dedicarle “Lágrimas de mármol”. Y así acometió, como el mismo Sabina anunció, unas cuantas canciones de su último disco en una primera parte antes de dar rienda suelta a los clásicos que todo el mundo esperaba. De “Lo Niego Todo” sonaron, además de su tema capital, “Quién más, quién menos”, “No tan deprisa”, la citada “Lágrimas de mármol”, “Sin pena ni gloria” y “Las noches de domingo acaban mal”, esta última con un Jaime Asúa crecido ante el rugir de su telecaster y agradecido por esos elogios hacia Alarma, el grupo que el guitarrista fundó con Manolo Tena y a los que Joaquín Sabina confesó que quería parecerse en sus primeros años. Antes de llegar al primer respiro para el protagonista y dejar paso como viene siendo habitual en sus giras a sus camaradas, llegó el otro de los momentos que más me sorprendió y me puso la piel de gallina. Tras presentar la canción que interpretarían a continuación como una letra que le quitó Andrés Calamaro y la hizo suya, comenzaron a sonar los acordes de “Todavía una canción de Amor”, uno de los mejores temas que grabaron los Rodríguez en aquel “Palabras más, Palabras menos” y que me retrotrajo a aquella gira conjunta que hicieron Sabina y Los Rodríguez en 1996. Un auténtico regalo para aquellos fieles que deseábamos escuchar algo más de lo estrictamente esperable.


Tras las presentaciones de rigor, llegó el turno de Mara Barros, que interpretó “Hace tiempo que no” a modo de cabaret junto a un provocador Josemi Sagaste después de que el músico aragonés amante de las faldas escocesas hubiera sido intensamente aclamado en su turno de presentación (no hay nada como tocar en casa). La potencia rockera de la mano de Pancho Varona y “La del pirata cojo” levantaron a todo el mundo de sus butacas hasta que apareció de nuevo Joaquín para afrontar la segunda parte del repertorio. Era el turno ahora de esas canciones que no pueden faltar y que han sido el imaginario colectivo de todos los presentes. Canciones que forman parte de nuestra vida y a las que debemos mucho. Siempre es difícil contentar a todos, pero creo que la selección de lo que pueden considerarse sus imprescindibles fue muy acertada. Comenzando con “Una canción para la Magdalena”, mano a mano con Mara Barros, “Por el Bulevar de los sueños rotos”, con un escenario teñido de los colores de la bandera mexicana haciendo su particular homenaje a su admirada Chavela Vargas, y siguiendo con “Y sin embargo”, con esa introducción arrebatadora de Mara Barros a la que esta vez le acompañó un guiño al omnipresente “Despacito” de la mano de Joaquín, el Príncipe Felipe se convirtió en un karaoke colectivo a la vez que apasionado. Joaquín Sabina estaba entregado en cuerpo y alma, aparentaba dar lo mejor de sí mismo (y eso que muchos ratos no se levantaba de su taburete) y todo el público seguía soñando. Llegó así otro de los momentos mágicos de la velada, por su intimismo y su arrebatadora belleza. Estoy hablando de la interpretación de “Peces de ciudad”, quizá una de las canciones más acertadas de Sabina, una joya que volvió a hacer levitar a muchos de los presentes.

Poco a poco el concierto iba dando visos de terminar y así llegó “19 días y 500 noches”, siempre efectiva a pesar de mil veces repetida, antes de dar paso a Antonio García de Diego, que interpretó a solas con Pancho Varona la enigmática “A la orilla de la Chimenea”, y a Jaime Asúa, que volvió a levantar al personal con la acelerada “Seis de la mañana”. Ya sólo quedaba rematar con “Noches de Boda”, “Y nos dieron las diez” y la siempre infalible “Princesa”.


Tras un primer amago de retirada, Antonio García de Diego agarró su acústica para regalarnos otra joya del repertorio del maestro de Úbeda como es “Tan joven y tan viejo”, que a estas alturas ya nos hemos acostumbrado a oírla de manos de su segundo de a bordo, pero que todos agradecimos que terminara rematándola Sabina con su propia voz. “Contigo” y “Pastillas para no soñar” pusieron el broche final a una noche previsible, sí, pero igualmente fascinante. Siempre es un placer dejarse llevar al abrigo del maestro. Aunque esté algo cansado por momentos y no se pasee tanto por el escenario, aunque ya no sea whisky lo que asoma en su copa, aunque el rasgueo de su guitarra sea débil y se apague entre el resto de instrumentos, aunque algunos de sus chascarrillos ya nos sean familiares. A pesar de todo esto Sabina volvió a demostrar que hay pocos momentos tan placenteros como uno de sus conciertos. Un amigo mío mucho más conocedor de todos los recovecos del músico ubetense me decía que ir a día de hoy a un concierto de Sabina es como asistir a una misa pagana en la que es muy fácil dejarse llevar, sencillamente el “jefe” hará el resto. Efectivamente eso es lo que hice el pasado miércoles y seguramente igual que yo lo harían el resto de los asistentes a esa misa pagana y la que se celebró al día siguiente en el mismo lugar.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Amaral arrasa el FIZ

La última noche del mes de septiembre se celebró como todos los años en nuestra ciudad el Festival de Música Independiente de Zaragoza (FIZ). Dominado siempre por los sonidos y grupos de la escena "indie", esta vez el conocido festival optó por tener como cabeza de cartel a un peso pesado de la escena pop española. Nada más y nada menos que a nuestros paisanos Amaral, que dieron un pequeño giro a la "independencia" del festival llevándola hacia terrenos más radiables o convencionales, lo que dejó a la noche algo falta de cohesión, ya que las diferencias de público y entrega con el resto de los grupos congregados (incluidos los internacionales Morcheeba) no tuvieron el mismo impacto que el recibido por Juan Aguirre y Eva Amaral. A pesar de esto el FIZ volvió a ser una gran celebración aunque también se pudieron apreciar algunas irregularidades como he querido reflejar en mi crónica para "El Giradiscos".


Un año más el FIZ se convierte en uno de los últimos coletazos de la temporada de festivales. Esta vez con un cartel muy variopinto pero no por ello menos atrayente. Sin embargo la intensa noche tuvo también sus momentos menos inspirados y en el cómputo global se podría decir que le faltó algo de cohesión. La presencia de Amaral en la XVII edición del festival de música independiente de la capital aragonesa consiguió convocar a un número considerable de seguidores del dúo maño, pero que dejaron a medio aforo otras de las actuaciones de la noche. Muchos de los que se acercaron hasta la Sala Multiusos del Auditorio zaragozano (una vez más con un sonido mejorable) lo hacían única y exclusivamente para ver a Amaral, pero no comulgaron con el resto de los protagonistas de la velada, y eso no deja de ensombrecer el resultado. No quiero decir con esto que la actuación de Amaral no fuera buena, pero quizá no arrastró al público habitual de otros años, más acostumbrado a este tipo de eventos. Pero vayamos por partes.
   
La tarde-noche la inauguraron los oscenses Kiev cuando Nieva, aunque su pop lánguido propició un arranque algo frío a pesar de sus sonidos amables. Había que esperar a que llegase un público más numeroso para caldear el ambiente como ocurrió en el turno de Triángulo de Amor Bizarro, que ya habían visitado el festival en otras ocasiones, pero que de nuevo me dejaron indiferente por su sonido emborronado y sus incisivos cortes punk en los que no llegaban a entenderse sus letras. Tan solo cuando las revoluciones bajaban e Isabel Cea tomaba las riendas el cuarteto gallego consiguió convencer.


Llegó el turno de los maestros de los festivales en este último año. Sidonie volvían de nuevo a la ciudad en un formato más comprimido en tiempos (es lo que tienen los festivales), pero cargado de intensidad. Una vez más llegaron y triunfaron como solo ellos saben hacer. Provocando, disfrutando como nadie en el escenario y dibujando enormes sonrisas de satisfacción entre su público más incondicional. Volvieron a convertir en un karaoke mágico su interpretación de “No sé dibujar un perro”, nos llevaron al “Bosque” de la mano de la psicodelia de los y encendieron la mecha de un “Incendio” que solo ellos saben prender. Marc Ros volvió a darse un baño de masas a hombros entre el público mientras interpretaba “Un día de Mierda” y constató su amor por la música y todos los que se dedican a ello con ese nuevo himno por derecho propio que es “Carreteras infinitas”. Definitivamente los barceloneses son el mejor grupo para “levantar un festival” y dar buena cuenta de lo que es un concierto para disfrutar de principio a fin, al que no le falta de nada.



Con la resaca emocional que dejaba Sidonie, la corrección y buenas maneras del grupo internacional de la noche iba a hacer decaer algo los ánimos, al menos en los primeros temas que ofrecieron los británicos Morcheeba. La voz de Skye Edwards desmereció algo por el volumen de los instrumentos, que por momentos llegaban a taparla. Sin embargo poco a poco la banda liderada por Ross Godfrey ganó enteros desde que interpretaron una fantástica versión del “Let’s Dance” de Bowie y atacaron alguno de sus mayores éxitos como “The Sea”, “Blinfold” o el cierre por todo lo alto con “Rome wasn’t built in a Day”. Lamentablemente muchos de los que iban llenando la sala en el último tramo del concierto de Morcheeba no sabían bien lo que estaban viendo y la banda pudo quedar algo defraudada por un ambiente algo indiferente a pesar de su elevado nivel.



Llegadas las doce y media de la noche los acordes de “All tomorrow’s parties” de la Velvet Underground anunciaban que Juan Aguirre y Eva Amaral subían al escenario Ámbar del FIZ. El dúo jugaba en casa y se mostró feliz desde el primer momento por poder formar parte de este festival que pisaban por primera vez en sus veinte años de carrera. Amaral se encuentran además en el último tramo de su gira Nocturnal, a punto de cerrarla con un concierto que se grabará para su posterior edición en DVD en el Palacio de los Deportes de Madrid el próximo 28 de octubre. Después de más de un año de gira los cinco miembros que forman la banda en directo están perfectamente engrasados, han dado alguna vuelta de tuerca a las canciones de su repertorio y suenan plenamente convincentes. Podría decirse que es el mejor momento de la banda y como no podía ser de otra forma tenían la labor de demostrarlo de nuevo en Zaragoza. El setlist comenzó presentando su nueva canción “Hijas del Cierzo” y pudo presumir de una estructura muy bien hilvanada. 100% efectividad y una respuesta del público abrumadora. Era evidente que la mayoría de los presentes estaban esperando este momento y sin demasiado esfuerzo se dejaron llevar. Una tras otra y con precisión milimétrica fueron cayendo “Revolución”, “Nocturnal”, “Estrella de Mar” o “Cómo hablar”, por citar alguno de los éxitos más populares del dúo que se escucharon en la madrugada del sábado. Podrían haber dejado de lado la previsible “El universo sobre mí” o el que para mí es su éxito más insustancial y prescindible, “Marta, Sebas, Guille y los demás”. Sin embargo, para compensar estos tropiezos ofrecieron una épica “Hoy es el principio del final” y una versión algo más cercana al techno de “Chatarra”, terminando con “Sin ti no soy nada” y “Llévame muy lejos”, que demuestran que la exigencia con el oyente no está reñida con un público masivo.



Lástima que tras la explosión maña, el público se fue dispersando y Guille Milkyway con su Casa Azul necesitó ganarse uno a uno a los que permanecieron al pie del cañón. A pesar de que las programaciones fallaron algo en su sincronización con la banda, lo cierto es que con la efectividad de su pop, con su escenografía cuidadísima que combina la música con imágenes muy bien seleccionadas y, como no, con sus reconocibles gafas al más puro estilo Daft Punk, La Casa Azul quedó tal vez como la propuesta más fresca de la noche y la que mejor recogía el espíritu de este festival que lleva el cada vez más difuso apellido de “independiente”, pero que con ese espíritu quiere llegar a su mayoría de edad. La Casa Azul se despidió con su “Revolución Sexual” y ese maravilloso pop de estilo que les define, para dejar que la noche terminase de la mano de Yall y We are not DJ’s. Las luces del FIZ se apagaron un año más esperando un mejor sonido y un cartel algo más equilibrado que ponga la guinda a la próxima edición del 2018.