La última visita de Ocean Colour Scene a Zaragoza conmemorando los 20 años de la publicación de "Moseley Shoals" merecía una reseña que reflejara de la mejor manera la fiesta vivida en la Sala Oasis. Una cita que tuvo sus más y sus menos, pero que ante todo demostró la inmejorable sintonía entre los británicos y su público maño totalmente entregado, tal y como cuento en este artículo publicado en "El Giradiscos" y que reproduzco íntegro a continuación.
La pasada semana el grupo de Birmingham estuvo otra vez de
gira por España conmemorando los 20 años de la publicación de su disco más
emblemático: “Moseley Shoals”. Una gira que tan sólo recaló en nuestro país
además de las Islas Británicas. Y es que Ocean Colour Scene tiene un vínculo
especial con España. Como ellos mismos han confesado les encanta nuestro
público y por eso las paradas en nuestra tierra son obligadas en sus giras. De
hecho con la cita del viernes ya son seis las veces que los británicos han
pasado por Zaragoza.
Junto a ella, Madrid y Barcelona estaban de enhorabuena, porque
lo que venía a ofrecer el grupo de Simon Fowler era algo especial. El
repertorio iba a centrarse en el sublime “Moseley Shoals” (que se suponía
tocarían entero) además de algunos otros grandes éxitos indiscutibles. Y tal y
como intuía así iba a ser la noche: apoyada en un repertorio impecable que permitiría
trasladar a todos los presentes a esa etapa dorada del britpop de finales de
los noventa en la que los Ocean Colour Scene brillaron con luz propia y a la que
ellos mismos lograron traspasar llegando hasta nuestros días ofreciendo discos
de manera regular y de calidad bastante notable (sirva como ejemplo su último
lanzamiento hasta la fecha, el inspirado “Painting” de 2013).
Pasaban 15 minutos de las 10 de la noche cuando las luces de
la Sala Oasis se apagaron para dar la bienvenida al cuarteto británico, que
sorprendió desde el primer momento por dos detalles. El primero ver a un Simon
Fowler algo apagado, como desganado desde los primeros momentos de la noche y
con falta de voz. En un principio pensé que esa voz más tenue que otras veces
mejoraría tras ajustar la mezcla en los controles de la sala, pero no fue así.
En los temas más potentes Simon sonó como apocado y donde consiguió encandilar
con su voz fue en aquellos más pausados y especialmente en los que afrontó él
sólo con su acústica. El otro detalle que pudo condicionar algo el show de
Zaragoza fue la ausencia del baterista Oscar Harrison. Tal y como comentaron
sufrió un pequeño accidente tras el concierto de Madrid que le obligó a tomarse
un descanso, no pudiendo estar presente en dos de las tres citas españolas. Su
sustituto, Tony Coote, que acompaña en solitario al guitarrista Steve Cradock,
estuvo gran parte de la velada en tensión, esperando la señal de Cradock y
tímido en algunos momentos clave, por lo que la ausencia del swing y la potente
pegada que imprime Harrison a los Ocean se hizo notar, aunque sin llegar a
desvirtuar el conjunto. Por su parte, Raymon Meade al bajo se quedó en un
segundo plano sin destacar para nada ante el verdadero protagonista de la
noche: el increíble Steve Cradock. Aunque no estuvo sólo, a éste le acompañaron
sus certeros riffs de guitarra y un repertorio tocado por la varita mágica,
donde todo consiguió encajar gracias a defender un disco de los más logrados de
los últimos veinte años.
Con Simon Fowler algo desgastado, que simplemente se dejó
llevar, y una base rítmica menos llamativa, el alma del concierto, como ya he
señalado, fue Steve Cradock. Sus guitarras fueron las protagonistas y su baile
encima de los pedales de efectos de sus Gibson fue revelador. Una clase
magistral de cómo se domina un instrumento y cómo se le imprime carácter además
de un estilo muy personal. Ver a Steve a menos de un metro fue un placer
indescriptible que me permitió evadirme y volver a aquellos años donde
sentíamos la música desde las tripas, como un torrente. Así pude olvidarme de
otros detalles que podían haber ensombrecido el concierto, porque Steve Cradock
me regaló la mejor interpretación de sus canciones que he visto. Una
interpretación de 10. Tanto cuando acariciaba suavemente las cuerdas de su Les
Paul en los temas más sentidos como cuando atacaba con rabia su SG para los
bombazos más descarados. Lo que hace Steve Cradock a las seis cuerdas es
sencillamente increíble. Es un auténtico “fuera de serie”.
El concierto arrancó con su particular revisión del “Day
Tripper” de los Beatles, todo un clásico casi obligado en sus repertorios, para
acto seguido encarar de una en una las canciones del disco protagonista de la
noche en el mismo orden en el que fueron presentadas al mundo. “Moseley Shoals”
se abría con el estruendo de un riff perfectamente reconocible como es el de
“The Riberboat Song” y toda la sala estallaba emocionada. La noche empezaba con
fuerza como aquel magnífico disco de 1996 y así seguiría, con la maravillosa y
por todos coreada “The day we caugh the Train”. Una canción que da muestras del
nivel de empatía de este grupo con su público fiel, que no pudo dejar de corear
sus característicos “Oh Oh, La La”. “The Circle” se sucedía inmediatamente con
un Cradock sembrado a las cuerdas de su SG y con un Fowler que parecía coger el
ritmo que la cita merecía. Pero donde el cantante consiguió despuntar más
claramente fue en temas como el que siguió a continuación. La delicadeza de
“Lining your pockets” dio paso a la sutileza de “Fleeting Mind” y sus
filigranas a la guitarra para seguidamente y contra todo pronóstico dejar a “40
past midnight” fuera del setlist. Tal vez por la falta de Oscar Harrison, la
ausencia de pianista o simplemente por ser un tema más arriesgado, pero lo
cierto es que se echó de menos al ver que “Moseley Shoals” se estaba
desgranando por completo. Una ausencia que no terminé de entender, aunque
cuando sonó nuevamente un Simon Fowler más potente en los primeros versos de
“One for the Road” me olvidé de esto y me dejé llevar por el pasaje más folk y
entrañable del disco en cuestión, que se completó con “It’s my Shadow”, de
nuevo con la sala entera coreando al unísono su coda final. La energía volvió
momentáneamente con “Policemen and Pirates” para seguir con la calma de “The
Downstream” antes de encarar la recta final de la primera parte del concierto.
“You’ve got it bad” y su potencia desbocada se quedaron en nada con la obra
maestra que es “Get Away”. Si en el disco dejaba claro que era la mejor manera
de poner la guinda final, en directo nos demuestra que hay pocos grupos que
manejen tan bien la combinación de tempos, pasando de la calma a la tormenta de
una forma totalmente natural y sobrecogedora. Aquí Steve Cradock nos llevó a lo
más alto. Su guitarra soltaba chispas mientras cabalgaba de pedal en pedal de
efectos como si de un baile de distorsión se tratase. Y Simon Fowler se
entregaba hasta el final a base de melancolía y toques de armónica. El éxtasis.
La auténtica razón por la que merece la pena estar delante de estos músicos.
“Moseley Shoals” había llegado a su fin dejando el nivel tan
alto como lo es esta obra cumbre de la música británica de los noventa. Había que
ver ahora qué nos deparaba el resto de la velada. Cuáles serían los temas
elegidos para complementar a estos anteriores casi perfectos. Seguidamente Simon Fowler se quedó solo en el escenario para
ofrecer una de sus mejores interpretaciones de la noche. “Foxy’s Folk Faced”
irrumpía con sutileza y abría así el camino para regalarnos algunas canciones
clave de su otra obra de cabecera, el también fantástico “Marchin’ Already”. A esta pieza entrañable le siguió “Better Day” con su emocionante estribillo y
seguidamente otro de los himnos del grupo: “Profit in Peace”. Magia era la
palabra perfecta para definir el momento a pesar de las carencias de algunos de
sus miembros. Sin ser un concierto perfecto en su ejecución estaba resultando
de lo más logrado en el plano emocional. “So Low” sirvió de puente para
sumergirnos en otra de las canciones más acertadas de la noche. “Get blown
Away” me dejó boquiabierto. La guitarra de Steve Cradock volvía a hacer de las
suyas mientras Simon Fowler se entregaba coreando ese estribillo repetitivo.
Claramente estaban ofreciendo sus mejores temas, pero el concierto estaba
llegando a su fin como confirmaron con el reconocible pulso inicial de “Traveller’s
Tune”, sellando así un cierre de altura.
Y así llegaron los obligados bises, que fueron breves pero
intensos. De nuevo Simon y su acústica ofrecieron una interpretación correcta
de otro clásico de su repertorio como es “Robin Hood”, enlazando con un guiño
al “Live Forever” de Oasis como ya hiciera en su anterior gira. Y para terminar
definitivamente, la tormenta y el descaro de “Hundred Mile High City”. Una
canción que funciona perfectamente como inicio, pero que también es un acertado
final. Con el sonido de la guitarra marca de la casa y con la demostración de
la tremenda inspiración por la que pasó este grupo durante los últimos años del
pasado siglo. De hecho no hizo falta adentrarse en su repertorio más reciente
para redondear la velada. Ocean Colour Scene solamente atacó sus tres obras más
inspiradas, las que ofrecieron entre 1996 y 1999. Y el público no necesitó nada
más para ser feliz. 90 minutos escasos de euforia, que tal vez podrían haber
sido más plenos si Oscar Harrison no hubiera estado ausente o si Simon Fowler
hubiera estado más “presente”, pero igualmente, 90 minutos de felicidad y de
echar la vista atrás que sirven como la mejor manera de recargar pilas y volver
a este presente falto de grandes momentos musicales como éstos. Ojalá no
perdamos nunca a estos grupos tan necesarios ni estas giras conmemorativas si
se trata de celebrar las glorias de un disco eterno como “Moseley Shoals”.