Todo esto lo desgrané en la reseña que hice una vez más para "El Giradiscos", a los que agradezco enormemente el trampolín que me brindan para dar a conocer la humilde opinión de alguien que simplemente ama la música. Gracias una vez más a este equipo increíble y especialmente a Kepa, por su paciencia y por darme total libertad en la que cada día siento más como mi casa.
Y tampoco puedo dejar de nombrar a Fer, con el que comparto mi admiración por el maestro Sabina y a quien dedico esta entrada, pues él sabe mejor que nadie lo que este disco me ha aportado desde el primer momento que supe de él y todo lo que todavía tiene que regalarme.
Sabina, Leiva y Benjamín Prado. ¡¡Menudo trío de ases!! Después de casi
diez años desde aquel “Vinagre y Rosas” Sabina nos devuelve su mejor versión
junto a sus nuevos escuderos. Bueno, en el caso de Benjamín Prado ya colaboró
con Joaquín casi íntegramente en las letras del citado “Vinagre y Rosas”, pero
la participación de Leiva al 100% se confirma aquí como una fórmula magistral,
ya que hasta ahora lo único que habían hecho juntos era una colaboración
puntual.
La juventud del rock con la madurez del autor que mejor sabe hilvanar
sus versos. La perfecta comunión entre estilo rockero, que tan bien maneja el
joven madrileño, y escritura pulida del de Úbeda. “Lo Niego Todo” prometía
convencer a crítica y público. Se llegó a asegurar que era su mejor colección
de canciones de los últimos veinte años, pero lo mejor es que estas
afirmaciones estaban en lo cierto. Es un disco que pasa en un suspiro y dan
ganas de volverlo a poner una y otra vez. Sabina se crece a cada paso, canta susurrante
e incluso por momentos muy bien. Convence una vez más con sus letras que
enlazan imágenes bellas a la vez que familiares y costumbristas (algo que en la
mayoría de los temas lo consigue de la mano de Benjamín Prado, al que tampoco
hay que quitarle mérito) y nos brinda su disco más en clave de rock desde los
años ochenta.
Empezaré por el principio. “Quien más, quien menos” comienza suavemente
adentrándonos en el sonido fronterizo americano, con uso del slide de mano de
Carlos Raya (que se encarga también de las labores de mezcla en el disco) y una
cadencia suave, como queriendo confesarse ante un público que le conoce, pero
al que Joaquín le quiere dar algo más. Porque este carácter confesional del
disco es una baza que se repite de forma constante. Sabina asume su lugar y su
edad y afronta esta definitiva madurez musical desde la cercanía y la desnudez
del que quiere dejar todo atado. Seguimos en la frontera con su homenaje a J.J.
Cale en “No tan deprisa”. Aquí la música corre a cargo del que fuera mano
derecha de Leiva en Pereza, Rubén Pozo. El slide se transforma en un pedal
steel juguetón que se complementa perfectamente con el brío del piano a manos
de César Pop, otro de los fieles escuderos de la Leiband. Y es que en el disco
colabora desde el citado Pop a José Bruno a la batería, Candy Caramelo e Iván
Gómez “Chapo” al bajo e incluso Tuli, Marcos Crespo y Gato Charro en la sección
de metales, todos ellos del entorno del joven madrileño (clara intención de
rejuvenecer a los músicos que acompañan a Sabina). La participación de Antonio
García de Diego es testimonial, con una acústica en “No tan deprisa” así como
con su reconocible guitarra portuguesa en “Canción de Primavera”, mientras que
Mara Barros y Jaime Asúa tan solo aportan unos coros muy puntuales. Su hasta
ahora mano derecha Pancho Varona ni aparece, aunque tranquilos, le acompañará
en directo. Pero lo que sí destaca entre los músicos escogidos para la ocasión
es la vuelta a los coros de la personal voz de Olga Román, que acompañó al
maestro durante tantos años.
Llegamos al tema que da título al disco. Una balada apoyada en el piano
del siempre preciso Joserra Semperena, que va creciendo poco a poco hasta su
estribillo imborrable. Joaquín Sabina no se deja nada en este tema y va
repasando una tras otra todas sus facetas musicales y extramusicales. Los
vientos en la parte final recuerdan a los Beatles con sus arreglos orquestales,
otra de las innegables referencias del productor. En “Postdata” hay un nuevo
invitado que deja su impronta con el manejo de la guitarra. Hablamos de Ariel
Rot, que pone música y talento a esta composición con aires latinoamericanos
cercanos a la ranchera y cadencia de acordeón.
“Lágrimas de mármol” es una de las mejores composiciones de todo el
álbum. Los mejores versos de Sabina entonando por momentos el mea culpa y
asumiendo su sitio, junto a un apoyo instrumental con guitarras en la línea del
más clásico rock setentero y arreglos de metales aportando color a una canción
reveladora. “Leningrado” sin embargo puede dejar una sensación agridulce. Es una
de esas postales que tanto gustan al maestro y que se debate entre recuerdos
pasionales y encuentros posteriores, todo ello con el telón de fondo del
comunismo, aunque la letra se me antoja algo larga. Eso sí, la rítmica adoptada
en la música que firma su amigo Jaime Asúa, consigue encajar en el conjunto
gracias entre otras cosas al una vez más adecuado uso de los metales. “Canción
de primavera” es un tema optimista y vital, con música de Pablo Milanés y de
nuevo aires latinoamericanos que le alejan algo de la línea general del álbum.
¿Un patinazo? Al contrario, es una buena forma de aportar otros matices a un
disco que si queremos ponerle alguna pega quizá sea la menor incursión en
estilos más variados que sí veíamos en trabajos anteriores.
Y así desembocamos en la parte del disco que encaja más en los años
ochenta y primeros noventa de la extensa carrera de nuestro protagonista. “Sin
pena ni gloria” podría estar en “Esta boca es mía”, con una progresión de
versos familiar y una letra en primera persona defendiendo la honestidad del
yo, la autenticidad de su protagonista. “Las noches de domingo acaban mal” tiene
un riff que bien podría haber parido Keith Richards y su letra podría haber
sido sacada de su repertorio con Viceversa, con más descaro y desprovista de
artificios literarios. Es efectiva y precisa, e incluso puede recordar a “Barbi
Superestar” en su base rítmica y guitarrera. Cierto es que con el uso de este
sonido eléctrico, el disco puede pecar de tener en Leiva a la referencia más
directa, pero es que a Sabina le sienta estupendamente. La clara apuesta por su
forma de producir, afrontar la composición instrumental y la ejecución final es
arriesgada, pero resulta un acierto, dejando reducidos los temas menos rockeros
a casos puntales y que pueden llegar a pasar más desapercibidos. Aunque esto
también podría ser una estrategia para resaltar más los temas que se salen de
lo marcado por la mayoría, como ocurre con “¿Qué estoy haciendo aquí?”, un
reggae urbano ejecutado por la Forward Ever Band y marcado por tres historias
cotidianas de esas que tan bien escribe Joaquín. ¿Quién decía que no podía
atreverse a estas alturas con algo así Sabina? Sinceramente el reggae le sienta
mucho mejor que el rap tantas veces afrontado con anterioridad.
“Churumbelas” va en la línea de historia de la calle como ocurría en la
canción anterior, pero aquí en forma de rumba donde se encarga de la totalidad
de letra y música el propio Joaquín. Y el resultado es cuando menos evocador,
porque no desmerece para nada anteriores incursiones del de Úbeda en este
género como hiciera con “19 días y 500 noches” o “Ruido”. Tal vez esta canción
no aguantará el peso de los años, pero se gana su sitio destacado en la recta
final del disco.
Tras apenas cuarenta y cinco minutos suena la última canción, un tema
crepuscular y muy sentido. Una maravilla mano a mano entre Leiva y Joaquín.
“Por delicadeza” es uno de esos temas lentos con los que gusta terminar los
discos a Sabina, pero esta vez comparte protagonismo con su nueva mano derecha,
que aunque no vaya a acompañarle en la gira ha dejado muy marcado su estilo en
más de la mitad de estas canciones. “Por
delicadeza” estremece y resuena en tu interior hasta que decides darle otra vez
al play y empezar de nuevo. Porque éste es un disco que no cansa, que apetece
degustar cuanto más mejor. Será por su frescura en la producción, por su no
demasiada extensión o porque Sabina canta mucho mejor que en sus últimas
entregas. La cuestión es que “Lo Niego Todo” se ha ganado un sitio muy
destacado en su discografía. No es algo pasajero. Será recordado. Puede que
alguna canción tenga ciertas similitudes con algo ya escuchado anteriormente y
tal vez sea cierto, pero tras casi cuatro décadas de carrera, ¿quién no va a
recurrir sin pensarlo a su pasado? Me niego a pensar que sea algo intencionado
o motivado por la falta de inspiración, porque precisamente de esto las doce
canciones que conforman el álbum están sobradas.
No me equivoco si afirmo que los cambios en el timón de la producción
siempre han sentado bien a Sabina, y si no recordemos “19 días y 500 noches”
con la aportación novedosa de Alejo Stivel a los mandos, o el cambio de sonido
que supuso “El hombre del traje gris” con la entrada del tándem formado por sus
inseparables Antonio García de Diego y Pancho Varona. Leiva ha vuelto a repetir
esta fórmula magistral que convierte el cambio en una necesidad para no
desgastarse y dejarse sorprender y lo ha conseguido con creces. “Lo Niego Todo”
ya es parte de la historia de este país, que con lanzamientos así recupera la
pasión por la música y nos recuerda que cualquier tiempo pasado no tiene por
qué ser mejor.
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